Descubren la representación
parietal de un jabalí con 45.000 años de antigüedad la isla de Célebes (Sulawesi),
situada entre el archipiélago de las Molucas y la isla de Borneo.
Jabalí pintado en una cueva de Sulawesi
AA Oktaviana, ARKENAS / Griffith University
Para la datación se
han utilizado las series de uranio, técnica radiométrica usada, usualmente,
para conocer la datación de los materiales constituidos por carbonato de
calcio, arrojando fechas realmente antiguas.
Un estudio publicado en Nature
sugiere que el origen común de los sapiens anatómicamente modernos se encuentra
en una región ubicada entre Bostwana, Namibia y Zimbabue
El análisis del fósil de un
cráneo de un hombre adulto hallado en una cueva de Rumanía revela que tuvo una
muerte violenta y que fue golpeado con un objeto parecido a un palo
Fracturas en el cráneo 'Cioclovina calvaria' encontrado en Rumanía KRANOTI
A medida
que la capacidad para estudiar ADN antiguo avanza, los científicos que tratan
de comprender la evolución humana se llevan sorpresa tras sorpresa. Y esta vez,
lo inesperado ha venido de la mano de los neandertales, ya saben, la "otra
especie" de humanos inteligentes que compartió Europa con nuestros
antepasados directos.
Un estudio rechaza la
creencia de que la otra especie humana que habitó Europa sufrió una existencia
especialmente brutal y peligrosa
Los
crímenes y los accidentes que cuentan las noticias son historias individuales,
pero también nos dicen mucho sobre las sociedades en las que suceden. Si son
comunidades marcadas por la violencia o, en cambio, entornos pacíficos en los
que la vida parece transcurrir sin grandes contratiempos. Lo mismo se puede
decir de los grupos formados por nuestros ancestros en la Prehistoria. Aunque
es difícil reconstruir el pasado, nadie que viviera en el Paleolítico pudo
tener una vida fácil, enfrentándose a una naturaleza salvaje plagada de
peligros armado tan solo con piedras o puntas de sílex, amén de los conflictos
y la barbarie más o menos intensa que se produjera entre los individuos.
Esqueletos de un neandertal (izquierda) y un Homo sapiens
El metal
de algunos huesos sugiere que las personas procedían de cientos de kilómetros
más lejos
Uno de los
monumentos prehistóricos más conocidos del mundo, Stonehenge, sigue siendo un
enorme misterio. Hace entre 5.000 y 4.000 años, antes del descubrimiento de la
rueda, cientos de personas se tuvieron que poner de acuerdo para transportar
unas 80 piedras de hasta dos toneladas de peso, algunas de ellas desde las
montañas de Preseli, en lo que hoy es el oeste de Gales, hasta el sur de
Inglaterra, a una distancia de unos 225 kilómetros. Su intención sigue siendo
un enigma.
Excavación de uno de los enterramientos de Stonehenge.Adam Stanford
Los hoy
célebres círculos de menhires pudieron constituir un observatorio astronómico,
un templo religioso, un lugar de encuentro de druidas, un sanatorio o un
monumento a la paz entre los pueblos locales, según las principales hipótesis
sobre la mesa. También fueron, con seguridad, un lugar de enterramiento para un
puñado de personas, quizá pertenecientes a una élite.
Hace un
siglo, entre 1919 y 1926, las primeras excavaciones en el yacimiento destaparon
los restos de 58 individuos, tanto mujeres como hombres, cuyos cadáveres fueron
quemados antes de ser enterrados. El fuego impidió solucionar el rompecabezas.
“Las altas temperaturas alcanzadas durante la cremación, de hasta 1.000 grados,
destruyen toda la materia orgánica, incluido el ADN. Esto limita la cantidad de
información que se puede obtener”, lamenta Christophe Snoeck, químico de la
Universidad Libre de Bruselas. Los cadáveres de Stonehenge han estado callados
durante un siglo. Hasta hoy.
El equipo
de Snoeck ha encontrado una manera de hacer hablar a los restos prehistóricos:
el estroncio. Si se recuerda la tabla periódica de los elementos que había que
memorizar en el instituto, la segunda columna se cantaba así: berilio,
magnesio, calcio, estroncio, bario y radio. El estroncio, un metal blando de
color plateado, se situaba debajo del calcio. Su estructura es tan similar que
los huesos absorben el famoso calcio presente en la leche y las sardinas, pero
también pueden incorporar el estroncio en su lugar. Y el estroncio de los
huesos de Stonehenge sugiere que muchas de aquellas personas, o sus restos,
llegaron al santuario tras recorrer cientos de kilómetros.
La clave
está en el subsuelo. Las tierras calizas del sur de Inglaterra, en las que se
levanta Stonehenge, presentan perfiles de estroncio diferentes a los de las
formaciones geológicas del oeste de Gales, donde se encuentran las canteras de
las que salieron algunas piedras del monumento. Este estroncio soluble e
identificable pasó a las plantas, que fueron ingeridas por seres humanos,
quedando el metal almacenado en sus huesos. Snoeck y los suyos han analizado
los restos de 25 personas enterradas en Stonehenge. El estudio sugiere que 10
de ellas se alimentaron con vegetales del oeste de Gales en la última década de
su vida. Los habitantes de las montañas de Preseli pudieron recorrer el mismo
camino que sus piedras y ser enterrados entre ellas con honores, junto a los
locales. Pero la investigación de Snoeck también apunta a otra posibilidad: que
a Stonehenge solo llegaran los restos ya cremados.
“Nuestros
resultados subrayan la importancia de las conexiones entre diferentes regiones
—que implicaban tanto movimientos de materiales como de personas— en la
construcción y en el uso de Stonehenge”, destaca Snoeck, que publica hoy su
estudio en la revista especializada Scientific Reports, junto a coautores
como Julia Lee-Thorp, directora de la Escuela de Arqueología de la
Universidad de Oxford. Para Snoeck, el nuevo descubrimiento “es una muestra
única de que los contactos e intercambios en el Neolítico, desde hace 5.000
años, se hacían a gran escala”.